Sanando la mano
Apóstol Sergio Enríquez O.
Guatemala, 15 de noviembre del Año del ReconocimientoEn Mateo 12:10 podemos leer acerca del hombre con la mano seca a quien Jesús sanó en el día de reposo, pidiéndole que extendiera su mano para que esta fuera restaurada y sanada. La mano seca se refiere a un órgano desgastado y marchitado, que puede referirse espiritualmente a la incapacidad de extender nuestra mano hacia el necesitado (Ez. 16:49 BT4). Dios desea sanar nuestras manos, al nosotros extenderla hacia el pobre, no para presumir, sino para gozarnos en dar, pues esto es lo que nos permite entrar en su reposo, ser sanos y llegar a sanar a otros. El dar a otros aún en medio de nuestra necesidad como los macedonios (2 Co. 8:2-5) y pensar en el necesitado, requiere de un cambio en nuestra condición pues necesitamos pensar en bendecir, en dar no con nuestra mente sino con la guianza de Dios por medio de los dones que Él nos ha dado (Ro. 12:8 PDT) pues para poder dar no es por medio de lo que ven nuestros ojos, sino por la guianza del Espíritu Santo para dar a quien Dios desea darle por medio de nosotros. Podemos ver como la mujer virtuosa extiende sus manos a la rueca para hacer vestidura (Pr. 31:19) que tipifica la cobertura al dar.
Debemos conocer nuestra necesidad, nuestra condición para poder pedir ser sanos de nuestras manos y así extenderlas al pobre y al necesitado (Pr. 31:20), poniendo nuestros ojos en Cristo pues de Él viene nuestro socorro y nuestra sanidad (Sal. 121:1-2), esto como parte de la ministración en nuestra alma para quitar toda pobreza de ello. Para ser sanos, debemos poder entregar lo que más amamos en este mundo a Dios, como lo hizo Abraham al entregar a su hijo (Gn. 22:10), aquello que Dios nos ha pedido entregar y nos hemos negado pues esto permite la sanidad de los nuestros.
Extendamos nuestras manos para bendecir a nuestra cimiente (Gn. 48:14), pues las palabras en nuestra boca tienen poder y sobre quienes tenemos autoridad se cumplirán, por lo que debemos bendecir y edificar tomando autoridad para poder enfrentar potestades al extender nuestras manos (Ex.4:4) pero para esto, debemos creer en Dios quien nos ha dado autoridad para pelear contra el enemigo (Lc. 10:19), extendiendo nuestra mano hacia la estaca por medio de la ministración y usando la Palabra de Dios como arma para ser limpios y sanos eliminando la insensibilidad de nosotros y extendiendo nuestra mano a otros para que sean sanos también.
Comprendamos que tenemos una necesidad por Jesucristo para que nuestra forma de pensar pueda cambiar y así podamos extender nuestra mano para salvar a otros (Mt. 12:11), recordando como Dios nos sacó del pozo de la desesperación y enderezó nuestros pasos (Sal. 40:2), pues lo que Él quiere es sanar a su iglesia y enseñarnos a extender nuestra mano para que como sus hijos podamos seguir su ejemplo (Jn.5:19) y obtener una sanidad completa en nuestro espíritu, alma y cuerpo (Hch. 3:16).
Pidámosle a Dios que nos muestre las áreas en las que nuestras manos deben ser sanadas, para que su obra sea hecha en nosotros y la obra de nuestras manos sea bendecida, fructífera, productiva y sanada por medio de su Espíritu.
Debemos conocer nuestra necesidad, nuestra condición para poder pedir ser sanos de nuestras manos y así extenderlas al pobre y al necesitado (Pr. 31:20), poniendo nuestros ojos en Cristo pues de Él viene nuestro socorro y nuestra sanidad (Sal. 121:1-2), esto como parte de la ministración en nuestra alma para quitar toda pobreza de ello. Para ser sanos, debemos poder entregar lo que más amamos en este mundo a Dios, como lo hizo Abraham al entregar a su hijo (Gn. 22:10), aquello que Dios nos ha pedido entregar y nos hemos negado pues esto permite la sanidad de los nuestros.
Extendamos nuestras manos para bendecir a nuestra cimiente (Gn. 48:14), pues las palabras en nuestra boca tienen poder y sobre quienes tenemos autoridad se cumplirán, por lo que debemos bendecir y edificar tomando autoridad para poder enfrentar potestades al extender nuestras manos (Ex.4:4) pero para esto, debemos creer en Dios quien nos ha dado autoridad para pelear contra el enemigo (Lc. 10:19), extendiendo nuestra mano hacia la estaca por medio de la ministración y usando la Palabra de Dios como arma para ser limpios y sanos eliminando la insensibilidad de nosotros y extendiendo nuestra mano a otros para que sean sanos también.
Comprendamos que tenemos una necesidad por Jesucristo para que nuestra forma de pensar pueda cambiar y así podamos extender nuestra mano para salvar a otros (Mt. 12:11), recordando como Dios nos sacó del pozo de la desesperación y enderezó nuestros pasos (Sal. 40:2), pues lo que Él quiere es sanar a su iglesia y enseñarnos a extender nuestra mano para que como sus hijos podamos seguir su ejemplo (Jn.5:19) y obtener una sanidad completa en nuestro espíritu, alma y cuerpo (Hch. 3:16).
Pidámosle a Dios que nos muestre las áreas en las que nuestras manos deben ser sanadas, para que su obra sea hecha en nosotros y la obra de nuestras manos sea bendecida, fructífera, productiva y sanada por medio de su Espíritu.